Venganza (lo que le dijo el ganso a la gansa).

Me acuerdo que, desde que estaba chavito, mi jefa siempre me enseño a ser buena gente (si quieren a ser “pendejillo”), pero así es mi jefa, nunca me dijo que la gente busca sacar provecho de los demás y yo, inocente, creía que todos éramos amigos, que vivíamos en hermandad. Súmenle que las pocas veces que fui a misa o al catecismo, escuchaba a los padres decir lo mismo. Con esa creencia convivía con los demás chavitos en una colonia que siempre se caracterizó por tener a los primeros “Punks de huarache” y las banditas de chavos rockerones que al ritmo de los Sex Pistols y El Tri, amenizaban sus actos de supuesta rebeldía contra el sistema. Por consecuencia la mayor parte de los escuinclitos que compartían la misma calle, eran unos gandallas, adiestrados por sus mismos padres para vivir en este ambiente. Pocos éramos los que teníamos un concepto de amor a los demás y corazones de niño.

Creo que se han de imaginar en qué situación me encontraba, era al que le cargaban la mano, y yo pendejo, me dejaba hacer, pensando que era parte del juego en el que ellos eran los malos y yo era el héroe, un mártir al que le tocaba sufrir para alcanzar la victoria al final del juego, pero no era así, siempre me paraban unas putizas y yo no decía nada, porque según estábamos jugando.
Por eso una vez que nos fabricamos “tirapiedras”, así les decíamos al arma preferida para romper botellas, que no era mas que la parte superior de una botella, con un globo amarrado en la boca de la botella, donde le poníamos un balín o una munición, estirábamos el globo y al soltarlo, el proyectil salía disparado. Echándole fuerza rompía vidrios de ventanas o botellas (yo nunca le tiraba a las ventanas porque mi jefa me ponía una chinga con el matamoscas). Nos pusimos a jugar todo el día hasta que la mayoría se metió a sus casas porque ya era de noche, yo me quede otro rato en la calle jugando solo, porque mi jefa estaba en casa de una vecina. De repente vi a otro “amiguito”
de los que más me molestaban, caunda desde el otro lado de la calle me apunto con su “tirapiedras” con tanto tino que me pego un severo chingadazo cerca del ojo. Casi me cague del dolor, fui con mi jefa, chille y chille. Al contrario de lo que pensaba, de que me iba a mimar o a abrazar, me jaló del brazo y me llevo con la mama del cabroncito que me había pegado. Se armo la clásica discusión y bla, bla, bla. Nunca llegaron a nada, pero yo seguía con mi dolor. Así que mi jefa cuando nos retiramos un poco de ellos me dijo –Al rato que lo veas, quiero que vayas y le pegues un golpe hasta que te lo chingues- Yo me quede sorprendido, creo que en ese momento hasta se me olvido el dolor, ¡Mi jefa pidiéndome que le pegara al pinche mocoso!

Para no hacerla larga, en ese mismo rato, me esperé a que llegara el escuincle; porque despues de que mi mama fue a reclamar, salieron en su coche ¿Quien sabe a dónde? Y como no hay plazo que no se cumpla, llegó el cabroncito, inmediatamente me paré y fui hacia él.

¡Neta! Era como en las películas, como en cámara lenta, Yo acercándome y el sonriendo, queriéndome decir que ya no habia pedo, que todo en el olvido. Sus jefes atrás de él, mi puño cerrándose, y ¡Zas! Un señor chingadazo a media boca que borró su sonrisa burlona, nunca creí que tuviera ese potencial, le tumbe un diente. Obvio, se intercambiaron los papeles, la mamá del escuicle fue a reclamar y mi mamá hizo caso omiso, pero tenía en su cara una sonrisa de satisfacción, es más, creo que las reclamos le valieron …rga y ni los escuchó, solamente estaba complacida con que su chamaco, vengó el orgullo de los Hernández y ya no era el pendejillo al que siempre madreaban.


P.D. No hago apología a la violencia, nunca me ha gustado, pero si a que no nos dejemos de pendejos, Siempre creí que el escuincle me golpearía porque era más grande que yo, nunca más me dijo nada. HLMDP

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